León, Gto. (Dale León).- Fue una tarde soleada de mayo, de esas donde el calor te invita a refugiarte lo más rápido posible en el primer lugar que venda cervezas casi al punto de congelamiento. Pero el sentimiento era especial, y los primeros sorbos sabían a incertidumbre.
Tras 10 años de revolcarse en la inmundicia de la Liga de Ascenso, el Club León llegaba a su cuarta final de ascenso tras perder las tres anteriores, y otra vez parecía que el equipo se quedaría en la orilla, a solo centímetros de la redención.
En esos momentos, todos los fantasmas volvieron a poblar las cabezas de los dementes hinchas verdiblancos, que a pesar de que estaban desde hacía muchos años curtidos en el fracaso, veían con dolor como el equipo más exitoso de la temporada, que había terminado invicto el campeonato, perdió en el momento más importante, en la ida de la final ante Correcaminos.
Pero aquel 12 de mayo de 2012, ese sábado inmortal, tenía preparado un guion diferente. Porque comenzó el encuentro, y los mártires esmeraldas demostraron que tal vez perderían la vida en el campo de juego, pero no antes de asegurar el ascenso.
Comenzaron a caer los goles, pero los fieles verdiblancos no creían en el milagro. Cayó el quinto que sellaba el triunfo, pero no fue hasta que pitó el árbitro cuando se convirtió en realidad, y todos los golpes, todas las lágrimas, todo el dolor, de pronto valieron la pena.
Los invencibles fanáticos del León que realizaron la travesía de diez años por el inframundo, que experimentaron en carne propia lo que sintió Dante al atravesar el infierno en busca de su amada, podían ahora regresar victoriosos, llenos de cicatrices por el hostil camino, pero con el sentimiento indescriptible de la resurrección.
Después, la historia ya es de sobra conocida. Llegó la gloria y los campeonatos, pero nada se compara a la sensación de caer hasta el fondo para resurgir con la pasión intacta.
Han pasado ya cinco años, el furor ya no es tanto, y el recuerdo se difumina cada vez más, envuelto en una neblina de nostalgia, de un momento histórico que marcó a toda una ciudad.
Y pasarán otros diez años, pueden venir nuevos éxitos y más derrotas, pero el hincha del verdiblanco estará siempre ahí, en pie de guerra, sin olvidar a sus profetas y sus apóstoles, y con el recuerdo de un 12 de mayo que se tatuó en esmeralda sobre su corazón.